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Una piraña en el bidé

Morenas sin alma

Peaso señora la Angelina...de las que arañan la espaldaEl otro día tomando un cafecito en casa de unos amigos hice referencia a este término que adopte como propio hace un tiempo después de oír una canción de Sabina ("...ni remataba faena y no le daba a su nena la alegría macarena que el cuerpo de esa morena sin alma necesitaba..."), y todo el mundo se extraño y me preguntaron que era una morena sin alma, así que pasare a explicarlo, como decía un profesor mío, para navegantes.
Las morenas sin alma son esas hembras tremendas con cuerpos de escándalo, seguras de si mismas y que confían ciegamente en sus posibilidades y en sus armas de mujer, muy inteligentes, ladinas, maquiavélicas, complejas, fuertes, valientes, atractivas, decididas, dominadoras de hombres y peligrosas pero sobre todo grandes amantes. Existen desde que el mundo es mundo: reales como Eva, Dalila o Cleopatra y ficticias como Marlene Dietrich, Ava Gardner o Rita Hayworth (en Gilda) por citar a algunas. Por supuesto no tienen por que ser morenas, las hay pelirrojas, castañas y rubias. Consiguen siempre lo que se proponen quedando por encima de quien sea como el aceite sobre el agua, pueden hacer que los hombres se arrastren a sus pies y tener al que quieran. Son las "Femmes fatales" de hoy en día, mujeres malvadas pero cuyo poderoso atractivo deja indefenso a cualquier hombre, hasta llevarle a la perdición. Son muy peligrosas pero estoy seguro de que nadie desdeñaría, con ese puntillo masoquista que a veces tenemos los hombres, a sabiendas de estar en el filo de la navaja y a punto de tirar la vida por el retrete, unos minutos en la compañía de sus brazos...

"...un pastel de frambuesa que te miraba y cortaba el hipo y la mayonesa con ese tipo: su vacunita en el brazo, dieciocho añitos y esos malditos ojazos de gata en celo y aquella mata de pelo como una hoguera y unas pestañas con telarañas de terciopelo y esas caderas que estaban hechas para pecar por las escaleras, para enseñarle el pajar, para esperar en la era, para mancharle el vestido, para cantarle al oído: reloj no marques las horas, para quitarse el sombrero. Caballero, qué señora. Caballero, qué señora. Caballero: ¡qué señora...!"

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