Cuentos de verano: La niña siniestra
La niña siniestra se sienta cerca de nosotros. Bebe un zumo de naranja con pajita. Su cara me recuerda a la señorita Gulch que luego era, en el sueño de Dorothy, la malvada Bruja del Oeste en la película el Mago de Oz de Víctor Fleming. Es una anciana encerrada en un cuerpo de niña por algún extraño encantamiento.
No tiene muchos amigos solo los de papá y mamá. Los amigos de papá y mamá tienen la lengua pastosa y se les traba, jugándoles malas pasadas al hablar, tienen los ojos vidriosos y beben güisqui con ginger ale. Uno de ellos se ha calzado ya cuatro güisquis y tiene la cara colorada como un tomate. El otro anda un poco más rezagado por que ha tomado menos alpiste. Tienen los brazos tatuados de azul con mujeres desnudas, corazones imperfectos y diferentes siglas. Mamá también ha bebido bastante y las venillas de la cara tienen hoy un fulgor carmesí mas acentuado de lo habitual. Papá atesora también varios cascos de tercios de cerveza y habla con sus amigos de la guerra del 36...
El padre y la madre de la niña siniestra se me antojan demasiado mayores para ser sus padres, podría decirse que dan más el tipo de abuelos, sobre todo él, pero ella les llama papá y mamá. Ofrecen una estampa triste y a la vez intrigante todos parecen derrotados, algunos, héroes cansados...
La niña siniestra se aburre de mirar la tele del bar y se levanta. Va hacia el baño y nos mira fijamente, bizquea de un ojo. Va vestida como una antigua muñeca de porcelana con una rebeca de punto calada blanca y un vestido añejo, también blanco, salpicado de pequeñas flores azules. Rebeca rehuye su mirada, yo la sostengo...
Entra al aseo y su madre se levanta tras ella. Lleva la nuca y la parte posterior de la cabeza cubiertas de una pomada blanca. No sé si tiene algún tipo de eccema o es para aliviar el dolor del golpe que se dio en la cabeza hace unos días cuando se desplomó completamente ebria...
No tiene muchos amigos solo los de papá y mamá. Los amigos de papá y mamá tienen la lengua pastosa y se les traba, jugándoles malas pasadas al hablar, tienen los ojos vidriosos y beben güisqui con ginger ale. Uno de ellos se ha calzado ya cuatro güisquis y tiene la cara colorada como un tomate. El otro anda un poco más rezagado por que ha tomado menos alpiste. Tienen los brazos tatuados de azul con mujeres desnudas, corazones imperfectos y diferentes siglas. Mamá también ha bebido bastante y las venillas de la cara tienen hoy un fulgor carmesí mas acentuado de lo habitual. Papá atesora también varios cascos de tercios de cerveza y habla con sus amigos de la guerra del 36...
El padre y la madre de la niña siniestra se me antojan demasiado mayores para ser sus padres, podría decirse que dan más el tipo de abuelos, sobre todo él, pero ella les llama papá y mamá. Ofrecen una estampa triste y a la vez intrigante todos parecen derrotados, algunos, héroes cansados...
La niña siniestra se aburre de mirar la tele del bar y se levanta. Va hacia el baño y nos mira fijamente, bizquea de un ojo. Va vestida como una antigua muñeca de porcelana con una rebeca de punto calada blanca y un vestido añejo, también blanco, salpicado de pequeñas flores azules. Rebeca rehuye su mirada, yo la sostengo...
Entra al aseo y su madre se levanta tras ella. Lleva la nuca y la parte posterior de la cabeza cubiertas de una pomada blanca. No sé si tiene algún tipo de eccema o es para aliviar el dolor del golpe que se dio en la cabeza hace unos días cuando se desplomó completamente ebria...
0 comentarios